jueves, 9 de octubre de 2008

RELATOS... POEMAS... CUENTOS... 013

CUATRO GORRIONES Y UN TENOR
Érase una vez un día, de San Luis Gonzaga por más señas, en que el verano se había presentado, puntual por fin, con un trallazo de calor que más que fundir los ánimos los volatilizaba. En esas me encontré, abatido al límite y arrastrando la goma de los zapatos derretida como alma en pena. Porque penoso era el escenario y los figurantes: una veintena de personajes variopintos en una veintena de metros de empedrado con cincel de plomo. XXXPenoso el escenario y los figurantes: un par de turistas japoneses con cámara incrustada en la pupila; una progre reciclada en friqui con andrajos de Dolce Gabana y estampado de nirvana en la sonrisa; un bigote acarreando un sosias de Carod Rovira (¿o era él?) enredado en desenredar el enredo de ERC; una jovencita minicubierta obsesionada en calibrar el bronceado de sus piernas sin reparar que tienden más a cangrejo escalfado que a poética medusa; un señor catalán de impecable terno y greñas turbulentas como extraídas de un daguerrotipo sepia; un risueño mediofondista del PPC saboreando las mieles de una escalada a plazo fijo. Así hasta una veintena de figurantes, así hasta veinte metros. Así el paisaje. XXXMas, de súbito, el milagro. No sé si gótico como el barrio o fresco como la anochecida. Cuatro minúsculos gorriones se desplomaron en el palenque de los veinte metros, piando huérfanos del nido, aleteando en un querer y no poder retornar a las alturas. De ahí el milagro y el revolutum: el daguerrotipo se deshizo de la cámara digital, Carod olvidó el bronceado de su bigote, la jovencita esquivó las tentaciones centristas, el japonés trocó el nirvana en bigote y cuarenta manos, unísonas, escarbaron por el enlosado con un objetivo común: impulsar el vuelo de los cuatro gorriones aupándolos al saliente de una piedra mal tallada, al alféizar de una ventana, a la peana de bronce de algún prócer olvidado y al frágil brote de un arbolillo entusiasmado. XXXLas cuarenta manos estaban teñidas del mismo color, del mismo entusiasmo, de la misma solidaridad. El gorgojeo de los pájaros —yo diría que reían— se hizo diezmo de gratitud y los veinte metros formaron un estadio olímpico de dioses de todo credo. XXXLas aguas volvieron a su cauce y los rasgos a sus propietarios. Se recompuso la estampa de veinte minutos atrás. Pero mi abatimiento se había transformado en trino y la goma del calzado en espuma. En una esquina, el tenor cubano Mario Luis de la Vega atronó, con ventrículos reventones, las notas de “una furtiva lágrima”. XXXSi veinte siglos de historia se pudieran resumir en esos veinte minutos, en esas cuarenta manos y en esos cuatro trinos, las rencilllas hubieran sido agua y las guerras manantial.

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