lunes, 14 de junio de 2010

LA FRASE

Todos somos aficionados.
La vida es tan corta que no da para más.
(Azorín)

La columna: INDIGENTES CON GLAMUR

Nadie se tome estas líneas como burla o sátira, ni tan siquiera parodia, de la situación que se describe. Ni como humorada, porque van cargadas con la mejor de las intenciones y no están en absoluto carentes de lógica.
Muchas de las personas en situación de indigencia se han visto, a veces, inmersas, por razones sociales o familiares, en ambientes en lo que no es oportuno, por propia dignidad o respeto a los allegados, revelar o mostrar la situación de penuria en que se hallan. Si además en tales círculos afloran la petulancia y la ostentación, razón de más.
Propongo pues, para no quedar relegados al ostracismo en tales bretes, un tipo de intervención en la que no se incluye ninguna imprecisión, ninguna mentira y sí algo de potencia refractaria a los vanidosos. Por ejemplo (cada cual lo adapte a su circunstancia): “Me levanto a media mañana, me pongo mi camisa Massimo Dutti, los pantalones Burberry, zapatos Lotusse y me enfundo la cazadora Jak & Jones. Me sirven el desayuno, leo la prensa y me voy a trabajar. A la hora de la comida, el chef me sorprende cada día con una especialidad distinta y los camareros siempre tienen alguna deferencia conmigo que, al fin y al cabo, soy cliente habitual. No perdono mi siestecita, mi tertulia y mi paseo por los lugares frecuentados por la más exquisita sociedad. Cuando anochece me reúno con los amigos a comentar la jornada y «chascarrillear» sobre mil temas. Finalmente el chófer me lleva casa donde ya encuentro preparada la cena. Y a descansar.” Si a esta frase le añadimos una voz engolada y grave de intelectual consagrado, como hace un amigo mío, el resultado es perfecto.
Paso a interpretar el texto para que se demuestre, como ya he dicho, que no hay mentira o imprecisión. Me visto con la ropa que hay en los sitios donde ofrecen ducha y cambio de vestimenta a los indigentes, en los que no es raro encontrar buenas marcas. El desayuno (un cortadito si llega o fiado si se tercia) me lo sirve Paco, el de la tasca que frecuento y donde leo el periódico de la casa. Me voy a trabajar —¿o no es trabajo recoger chatarra, asistir a algún taller de alguna asociación altruista o aposentarse en algún lugar a pedir caridad?— y la comida la hago en algún comedor social en el que irremediablemente el menú varía al albedrío del cocinero de turno y los que atienden son voluntarios o contratados que siempre tienen algún detalle en forma de frase de ánimo o palmada en la espalda. ¿La siesta?; según el clima, ¡que gloriosas siestas se pueden disfrutar en el banco de un parque arbolado con la tonada de los pajarillos o al abrigo de una estación de autobuses con música ambiental de fondo! El paseo y la tertulia se dan en ocuparse en las tareas de la mañana y en charlar con los amigos ocasionales de la misma condición. La reunión nocturna en otra tasca donde cae algún vinito o cortado (según adicciones) que siempre alguno ha tenido un buen día y puede pagar. El chófer del metro o el autobús, abordado con frecuencia sin billete, me acerca a mi casa —¿no es una habitación el cajero automático, un techo el cielo estrellado o, aún más, un piso compartido gracias a la ayuda de alguna fundación dedicada a tal menester?—. La cena está preparada porque la he hecho por la mañana o la he conseguido ya elaborada en forma de bocadillo. Y a descansar.
Lo dicho: ni una falsedad ni una inexactitud. Si esto se adereza con un poco de elegancia, buena compostura y alarde de aplomo, quedaremos estupendamente, no habremos comprometido a las personas que no deseamos que se avergüencen de nosotros y habremos acallado las gollerías de los fatuos.

CON PLUMA AJENA

Caducidad: qué sí y qué no

por JOSEP MARIA ESPINÀS

El otro día me vendieron en una tienda una pequeña lata de foie francés. Cuando me disponía a abrirla, me di cuenta de que, según la fecha impresa en la etiqueta, ese foie estaba caducado.
Fui a la tienda y a los dependientes les pareció de lo más natural cambiarme la lata por otra. Animado por esta solución tan rápida, y tan justa, viajé a Madrid en el AVE y, tras ser recibido atentamente por la presidenta del Tribunal Constitucional, me permití advertirle que cuatro de los magistrados que lo integran estaban caducados, y no solo de hacía una semanita, sino cuatro años.
Me respondió, amablemente, que no sufriera. Que si se trataba de yogures o de cualquier producto alimentario, sí que había que retirarlos de inmediato de establecimientos y almacenes, porque existía el riesgo de que la salud de los ciudadanos quedara perjudicada. Pero que un magistrado era otra cosa.
No era un alimento. Nadie corría el peligro de tragárselo, aunque fuera por distracción. Que con las latas de sardinas y los envases de leche sí que había que ser precavido, pero que un magistrado se conservaba perfectamente durante años. Que si no fuera porque, lamentablemente, llega un día en que la vida se acaba, un magistrado podría dictar sentencias válidas por los siglos de los siglos. Amén.
Me convenció de que se trataba de un prodigio de la naturaleza. En un momento determinado de la entrevista, endureció un poco la voz –a pesar de su amabilidad– para decirme que no osara comparar a un ilustre jurista con una lata de atún o un tetrabrik de leche descremada. Por nada del mundo, la tranquilicé.
Regresé a Barcelona absolutamente confiado, hasta que empecé a recordar los tiempos en que yo era un abogado joven y estaba muy pendiente de los plazos judiciales. Tenía un día perfectamente fijado para responder a una demanda. Había un período de tiempo no prorrogable para presentar testigos a favor de mi cliente. La fecha que la Audiencia establecía para asistir al juicio yo no la podía cambiar. Y, evidentemente, si mi procurador llevaba los papeles al juzgado fuera de plazo, el pleito estaba perdido.
 
Los magistrados se jubilaban con gran ilusión, el día que les tocaba, porque ya no deberían estudiar más expedientes ni deberían aguantar, en la sala, con la toga puesta, los discursos del fiscal y del abogado defensor, que, habitualmente, solían ser muy pesados.
 
Eran otros tiempos. Por suerte, ya caducados. 

HUMOR

Perlas culturales futbolísticas
Extractado de EUROSPORT
El último en hacer temblar los cimientos del conocimiento ha sido Leo Messi, a quien tanto llamarle Pulga le ha confundido sobre el resto de familias del reino animal.
     El que todos coinciden en señalar que es el mejor jugador del mundo confundió las familias del reino animal y a la pregunta de cuál es su insecto favorito contestó "un mono", y lo mejor de todo es que justificó su respuesta por lo que no se trató de un lapsus. "Los monos siempre han sido mis favorito, son descarados".
     Otro que también parece que nunca vio 'El Hombre y la Tierra' de Félix Rodríguez de la Fuente fue el madridista Raúl Albiol, que a la pregunta de ¿a qué te vendrías a Austria fuera de la Eurocopa? contestó "para ver los canguros".
     Hay a los que tampoco se le da especialmente bien la geografía. El ex rayista Mark Draper aseguró que le "gustaría jugar en un equipo italiano como el Barcelona".
      En matemáticas hay ejemplos tan gráficos como "Hay que jugar con tres cojones" (Luis Fernández, actual seleccionador israelí) o "no me importa perder todos los partidos, siempre y cuando ganemos la liga" (Mark Viduka, futbolista australiano).
      La anatomía o el dibujo técnico son otros de los huesos duros: "En el reino de los ciegos el bizco es el rey, pero sigue siendo bizco", Johan Cruyff, alias el 'Flaco', o "ese penalti lo debe tirar al palo corto", de Jorge D'Alessandro, actual entrenador del Salamanca".
   La Religión también merecen un repaso de vez en cuando, os dejamos estas declaraciones de David Beckham: "Quiero que mi hijo sea cristianizado, pero no sé todavía a qué religión".

PARÁBOLA DEL SUICIDA / EPÍLOGO DE ESPERANZA (VI)

¡Daño en el alma!
¡Rasgad las vestiduras!
¡Esquilas sonad!
¡Llamad para el Gran Juicio
de la quema de herejes! Que aquí
respira un brujo que quiere
con su voz rasgar las tumbas
               abrir las heridas
               y quebrar los mármoles.
Se dice prisionero
y llama al Hombre.
        Se dice músico de la Justicia.
        Fabulista de la Anarquía.
        ¿No te das cuenta de que nadie
                                             nadie
oye la golondrina que hurga sus conciencias?
¿No ves que tenemos al Hombre
perfecta y socialmente ordenado?
¿Qué ofreces tú?
               ¿Pan?
               ¿Agua?
               ¿Amor o estrellas?
¿Qué ofreces tú?
        Nosotros tenemos contento al Hombre
con el supremo orden del dinero
                                      lujo
                                      licor
                                      comodidad
                                      de no pensar
                                      en lo que ignora.
Nosotros todo lo vendemos.
Pata ti todo está perdido.
El ventral punto
de la escritura
es ya un dique
que separa las ideas
por colores.
El Hombre está ya
               inútil de gritar.
Es un ciudadano
               prensado por colores.
                       El Amor está
matemáticamente pensado
                              es cuadrícula
                              violación silenciosa
                              de cadera por altura.
El Hombre es una ficha de colores
con brazos que creen
agitar unas manos libres.
El Hombre es un hilo sonriente
de nuestra máquina dentada
               que lo cose
               que lo remienda
               que lo desmadeja.
Las letras y las claves musicales
se agrupan por colores.
        Todo está vendido.
                              La libertad
es un florido laberinto.
                              La política
un comercio de justicia e ideales.
Todos tienen su color —rojo o azul—
para creerse libres.
                              ¿Desesperas?
ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ
¡Libre! ¡Libre y engañado!
Bien llena la panza. Inútil la cabeza
y bien cubierto de oro y maldiciones
llovidas de un dios castigador.
Siempre con el hacha vengadora
dispuesta sobre su cabeza.
Libre pero inconsciente. Bien dispuesto
al ataque último
                       de la perfecta técnica
                       de la perfecta guerra
                              de categorías
                       de la perfecta destrucción.
        Tenéis al Hombre bien encadenado
a vuestros esquemas de orden y concierto.
Bien uniformado por vuestros bien uniformados
y valerosos generales que mantienen
un orden social vendido con la sangre
y pagado con cadáveres cronometrados.
        Mas yo os advierto. Os amenazo
con otro Hombre que nace del agua contra ellos.
El Hombre de la Verdad. El Iluminado.
El Perseguido. El Loco. El Encarcelado
por reírse de vuestros fusiles locos.
El único soberano
de sus actos
de sus sentimientos
de su belleza.
El único soberano
de su amor
y de su odio.
El Hombre de la lucha.
El Hombre y pico
frente a vuestro hombre y pala.
El Hombre que con su palabra
arrasará vuestros templos de Mentira.
El que hará temblar a los verdugos
y derribará el patíbulo con su anárquica
ilusión de construir un Hombre nuevo.
El Hombre que se gestiona a sí mismo
para no acabar congestionado.
El Hombre feliz que no tiene camisa y ama
al Hombre que desea vivir en Libertad.
Y yo os advierto. Os amenazo
co un Hombre solitario que yace
entre los versos. Un licor viscoso
que anega vuestras gargantas y empaña
el más profundo tuétano.
Un Hombre que yace donde pululan las palabras
de la anarquía poética. Nada más que un Hombre
en el que no entra
la cultura trucada y alienante
la técnica apátrida que desborda
y obstruye inútilmente los sentidos.
        El Hombre que yace con la Humanidad
y sus agobios de aniquilamiento.
El Hombre que respira amenazado
por el ser o el no ser
esclavo o libre
carne o hierro.
El Hombre del Amor y la caricia.
El Hombre que levanta entre sus manos
un dalle que corta y besa.
El Hombre que levanta entre los puños
un grito de Libertad.
Es el Hombre-Dios
El Hombre-Independiente
El Hombre-Cristo
El Hombre-Pueblo
que escupe su dolor en vuestros ojos.
ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ

martes, 11 de mayo de 2010

LA FRASE

Ámame cuando menos lo merezca
porque es cuando más lo necesito
(Proverbio chino)

La columna: ¡QUE ME DEJEN HABLAR TRANQUILO!

Estas reflexiones se basan en la entrevista publicada en El Periódico realizada a Luis Miguel Moureau, tartamudo, con motivo de la representación teatral de Vidas melódicas sobre la problemática de este colectivo. Porque yo, que soy fluido —como ellos denominan a los que hablamos «normal»—, me considero un tartamudo mental. Y reclamo, como ellos, el derecho a hablar sin prisas.
Afirma Luis Miguel que nadie nace tartamudo sino que es fruto de alguna ofensa, desprecio o trauma sufrido. Pues bien, a mí me ofende que no me dejen hablar con pausa y con todo lujo de detalles sobre un tema y, claro, acabaré traumatizado. Dice también que “esta sociedad vive pendiente de las dos cosas que más daño nos pueden hacer a los tartamudos: el habla y las prisas, el «¡dímelo rápido!»". Voy a añadir algunos argumentos que también nos afectan a los fluidos (de habla y conversación): cuando comentamos algún tema, es imprescindible detallar todas las circunstancias que lo rodean y las consecuencias que puede acarrear; explicar todos los matices para su correcta interpretación, y esto lleva tiempo y lucidez mental. La precipitación conduce al malentendido y la sesgada percepción del asunto, crea desconcierto en el charlista y desorden en sus ideas. Suele quedarse con una amarga sensación de que dichas así las cosas el interlocutor no le ha entendido bien.
“Lo que más me molesta es que alguien acabe la frase por nosotros” dice. O que nos corten antes de empezar a pronunciarla, añado yo, abusando del estigma de pesados que nos marca. Al fluido, al menos a mí, me ofende que me digan nada más terminada la primera frase: “termina ya, ya está, ya te he entendido”. Coincido en que este gesto no es malintencionado pero es lamentable. A mí me molesta la gente que grita o que se expresa atropelladamente, pero si percibo que es un elemento inevitable de su idiosincrasia, me adapto y lo respeto. El mismo respeto que reclamo para mi forma de expresarme.
“Usted no obliga a correr a un cojo, pues no me obligue a mí a hablar deprisa”, termina Luis Miguel. Por eso reivindico mi derecho (supongo que tendré aliados) a que no me creen ansiedad ni sobrexcitación, y mucho menos complejo de latoso o circunspecto. Reclamo mi derecho a la conversación pausada y pautada que, por ende, reporta innumerables beneficios: libera al parlante, por el mero hecho de poder contarlo, de sentimientos negativos que algún hecho le ha causado; seda y produce una serenidad —la que produce la calma— que transmite aplomo y energía; y, me atrevería a decir, que es clínicamente aconsejable para controlar la tensión y, si me apuran, hasta disminuir los niveles de diabetes o colesterol. Deberían expenderse recetas, con cargo a la Seguridad Social, con la prescripción “hablar con calma y tiempo cada 8 horas”.
Es curioso que el precipitado (antítesis del tartamudo y el fluido) se declare amante de la contemplación interminable de las puestas de sol o el cielo estrellado y se irrite si le decimos: ¡venga, vamos!”.
En resumen, un mensaje a quienes se den por aludidos y asuman incurrir en esta tortura. ¡Que nos dejen hablar tranquilos! ¿Cuántos conflictos se hubieran evitado si previamente se hubiera celebrado una relajada conversación. Así que benditos sean los tartamudos y fluidos puntillosos y líbrenos Dios de los «sintéticos».

HUMOR

OPINIÓN COMPARTIDA

Transeúntes en Pelai

Transcribo la carta de Alba Ruiz de Andrés, aparecida en un diario hace días alusiva a un joven indignete que pide dinero en la calle Pelai con un letrero que debe indicar una necesidad urgente y temporal… que dura eternamente. Suscribo totalmente la carta y añado algún comentario de refuerzo.
“Quisiera explicar a los transeúntes de calle Pelai y alrededores que tanto se indignan al ver al joven que pide dinero (Marc Calderó en su carta "El mendigo de Pelai", 15/ III/ 2010, yJosé Linhard en la carta del 18/ III/ 2010) que, efectivamente, este chico no tiene ninguna posibilidad de cambiar si se le condena de esta forma. A nadie le gustaría encontrarse en esa situación, sea por el motivo que sea. Este "joven desorientado que está en una ciudad desconocida sin dinero ni ayuda" (Calderó) seguirá siéndolo en la medida que nosotros, paseantes que de refilón lo observamos mientras vamos a un destino concreto, no nos dirijamos a él y le mostremos el respeto que todo el mundo merece. Seamos más inteligentes y humildes. Esas críticas resignadas no ayudan, más bien contribuyen a perpetuar nuestra conducta prepotente y ciega hacia el débil.”
iSi algunas de las personas que seguramente ocupan puestos de responsabilidad —siempre hay una responsabilidad en el trabajo— y toman decisiones que seguramente pueden afectar a sus congéneres tuviesen, además de cortedad mental y pobreza de espíritu, un poco de sentido común y humildad entenderían el fenómeno de esos carteles. Porque sí, pueden parecer paradójicos pero son lógicos.
¿No tienen las gitanas siempre cinco churumbeles de la misma edad durante décadas y un marido ingresado en el hosptal con un cáncer terminal desde hace lustros? ¿Y otros mendigos con carteles solicitando una ayuda puntual, para un billete, por ejemplo, que se prolonga semanas y meses y años?
Si la gente dice, como dice Alba, menos prepotente y «lógica» entendería el fenómeno. Puedo afirmar, por haber ayudado a las gitanas a redactar sus carteles, la dificultad que entraña para ellas su elaboración. Al no saber leer ni escribir en su mayor parte, necesitan un «pasante» que lo haga; esos carteles no se actualizan automáticamente como Windows y se deterioran a la velocidad del rayo por la precariedad del soporte o resultar destrozados a manos del algún desaprensivo —a veces uniformado—.Cuántas veces recuerdo, con cariño y respeto, a la Angustias preguntándome: Miguel, ¿qué pone el letrero?; es que me lo han escrito en el estanco y no sé si les he dicho cinco o seis hijos, cáncer o lepra. Esto no me indigna, por falso y redundante que sea, como a los individuos (no señores) Marc Calderó y José Luis Linhard, sino que me conmueve e incluso me permite alguna chanza con ellas y su réplica en forma de carcajada. ¡Qué gratificante! Debe consistir en algo tan simple como tener sangre, no hiel, en las venas.

PARÁBOLA DEL SUICIDA / EPÍLOGO DE ESPERANZA (V)

No te te escucha y te llamas
Pecador. El Iluminado.
       ¡Cardenales y arzobispos,
clérigos, monjes, beatos,
descubrid las catedrales
y enseñadle a nuestro dios de piedra!
       El nuestro calla y escucha
y siempre nos ofrece un cielo
brillante. Se lo ordenamos
y para que no rechsite
clavado está de un madero.
                                               ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ
       Mas o es ese mi Dios.
El mío llora y lucha. Maldice
a los mercaderes del Templo. Ama
al niño, al perseguido y a la prostituta.
       Está latiendo
en sones metálicos que imantan mi soledad.
Es mi agonía. Es no saber
cuándo el abismo de ardores se termina
y empieza el gris del muerto con que vivo..
Es no saber de mi muerte. No le suplico
respuestas al porqué de mi tristeza.
Es horizonte y fe. Hermano que respira
al fondo de mis manos. Mas su garganta
permanece a mis oídos muda.
       —Y me siento solo, Señor, en las vidrieras
de aislamiento—.
                                               Mi Dios es el poeta
y su legión de versos en pie de guerra
que vuestro oído frágil atormenta.
       —Y yo solo. Todo entero y de una pieza
giro el mundo. Tú nunca. Nos contemplas
chocar contra la duda y volver al mismo rito.
       Nuestros arañazos, Señor, no han alcanzado
tu rostro. Sólo eres el son metálico
que palpita como un eco. Pero te siento cerca.
Abismo y llaga.
Haciéndome
       Señor
              daño en el alma.
                                               ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ

domingo, 25 de abril de 2010

LA FRASE

Un amigo es uno que lo sabe todo de ti
y a pesar de ello te quiere.
15 años en la calle
Miquel Fuster,
el magisterio de la indigencia


Vaya por delante que Miquel y yo somos amigos desde la infancia. El tenía 62 años y yo 51 cuando nos conocimos, pero estábamos en la infancia de nuestra tercera vida, en la salida del pozo uterino-indigente en que estábamos. Digo esto para que nadie piense que las siguientes líneas van a ser un florilegio de elogios. Es más, esa amistad (que nos permite calificarnos ínter nos de ignorantes y descerebrados —¡entre nosotros, ojo, que nadie más lo intente—) es la que me permite e incluso da derecho a decirle lo que quiera, ya sea elevándole a los altares o poniéndole de «chupa de dómine». Mal amigo sería si le mintiese para alabarle o le denostase para educarle.
Te escribo esto pasada la vorágine natural de presentaciones, entrevistas, firma de ejemplares y una vez que los demás —buenos, mediocres y malos críticos— han agotado sus cartuchos de opinión.
He leído tu historieta (me resisto a llamarla cómic, como me resistiría a llamar tragic o erotic a otras creaciones) y, a pesar de que he seguido su gestación, no esperaba un parto de tal magnitud. Y he de decirte que no me ha parecido genial, ni tan siquiera buena, simplemente me ha parecido Magistral. Magistral, no en el sentido de bonete y borla sino en el cabal sentido de Magisterio como lección y enseñanza. Magistral en la forma, el fondo y la realización.

EN LA FORMA

Porque la estructura, el hilo narrativo y el ritmo que has impuesto es impecable. Es una sucesión, perfectamente estructurada, de adoquinazos a la conciencia. Tu narrativa es —de esto entiendo algo— precisa a pies juntillas y contundente para el estilo de la historieta: sintética, directa y sin resquicios ni concesiones a la especulación. Al pan, pan, y al vino, vino.

EN EL FONDO

Porque has sacado a la luz, sin vericuetos dramáticos ni suavizantes de la realidad, tu vida en la calle (un trozo, mejor dicho, porque toda ocuparía varios tomos). Digo «tu» vida porque son tus experiencias, tus dolores y carencias, tus vacíos y tus iras. Porque la de otros es distinta y cada cual tiene su intimidad de sensaciones y acontecimientos. No te has «comido el coco» para hacerlo: eres directo como una flecha, sincero como un niño, tierno como una mujer y duro como un callo. Eres tú sin concesiones a la galería y, sobre todo, sin rencores. No reprochas ni culpas de tus fracasos a nadie y, en todo caso, te critico que quizá cargas sobre tus espaldas demasiada contrición. No estoy de acuerdo porque siempre he pensado que las culpas hay que repartirlas en porcentajes distintos; según los casos habría que analizar qué cuota le corresponde a cada pieza del engranaje: a la situación laboral y familiar, a la salud, al hecho fortuito e indeseado, a la sociedad y sus instrumentos de tortura de la dignidad de sus integrantes, a los azares que nos asaltan…
No mostrar resentimiento es fundamental a la hora de hablar de tu categoría humana. Tú, que tienes un aspecto mezcla de pendenciero, baladrón y chuloputas, no eres —en la historieta te delatas— más que un trozo de pan con patas. Tampoco estoy en total acuerdo con el énfasis que pones en la responsabilidad absolutista de los males en el…

...ALCOHOL

“El alcohol es un asesino”. Me lo has repetido mil veces y estoy de acuerdo. Pero del alcohol se viene o al alcohol se llega. Y no siempre. Como antes te he dicho, cada caso es distinto. Hay quien cae en el pozo por culpa del alcohol y quien cae en el alcohol por culpa del pozo. Y quien no cae. Creo que el alcohol es un ingrediente más de esa maldita mezcla de infortunios. No le demos más protagonismo y así lo destronaremos un poco más.
Voy a suavizar un poco el tono y  hablar de un tema en el que (¡te he pillado!), en nuestras conversaciones privadas me has confundido. Pero en la historieta te has delatado y no puedes negar, por la forma en que lo reflejas, que es en ella donde dices la Verdad (¿no ves que toda la sinceridad que destila invalida cualquier otro argumento?). El tema son…

...LAS MUJERES

Interesadas, pérfidas, putas, perversas, mojigatas, encarnación del diablo y merecedoras de una pira en una plaza y del fuego eterno. Todo menos bonitas. Pero tu historieta, lo he dicho antes, te delata. El trato que les dedicas —cada una con su índole— rezuma lo que verdaderamente sientes: que son personas ni mejores ni peores que los hombres, que merecen toda la atención y el respeto y, sobre todo, que les has dado lo que tú mejor sabes dar aunque te rechine la dentadura al oírlo: ternura. Porque no ya el relato sino las mismas viñetas trazan un perfil de mujeres que te han amado, te han sufrido y han disfrutado de tus apoyos. Y viceversa. No les quitas valores y les añades nobleza. En el fondo, Miquel, sabes que, frente a nuestro aparente desapego y desdén de tertulia, nos debilitan. Ahí están, siempre con la fuerza expresiva que imprimes en los rostros, Victoria, la Lali —cupletista del Apolo—, Teresa y otros nombres que seguro has guardado en el tintero por discreción. No podemos evitarlo, ellas nos dejan huella y nosotros dejamos huella en ellas.

LA REALIZACIÓN

Sabes que soy tan lego en técnicas de pintura como tú en informática. Sabes que soy capaz de confundir El Guernica con Saturno devorando a sus hijos. Pero sé lo que me gusta y lo que no. Y me gusta lo que me conmueve. De tu obra me quedo con dos impresiones: la fuerza que imprimes a los rostros, comunicando inmediatamente al lector el sentimiento del protagonista, y la densidad del trazo en el que siempre parece que estés apretando con rigor el carboncillo, la tinta o la acuarela. Como si apretando pensases que el lector va a captar un mensaje sin ambigüeades, una bocanada directa al corazón sin apenas pasar por los ojos. En cuanto a la narración ya te he dicho que es impecable. Sé que tienes la sensación de que no eres buen escritor, pero si eso es cierto esta vez te has saltado la norma. Y en el estilo, al menos para mí, más difícil de todos los habidos: el del «bocadillo». Has construido un relato que es un compendio de precisión: no sobra ni falta nada para entenderlo. Puedo decirte, con la mano en el corazón, que muchos de nuestros históricos historietistas, mangas y otras especies, quedan muchos peldaños por debajo de tu meseta.

ARRELS: UN SUEÑO



Es de justicia poner a cada uno en su sitio y tú lo has hecho con la Fundación Arrels. No te miento si te digo que lo que te cuento a renglón seguido es un sueño real que tuve después de ver tu obra.
Soñaba con una plaza de toros repleta de público, ese público ávido de verte para lincharte a silbidos y mandobles, esa sociedad que parece desear exterminarnos con todas sus fuerzas. Mas el ruedo estaba vacío. Porque somos invisibles. Mas de repente, por la puerta de cuadrillas comenzaron a aparecer mozos de espadas, areneros, picadores, monosabios, rehileteros y subalternos de barriga delatora. Eran «Arrels», sus asistentes, voluntarios, trabajadores, acompañantes de hospital, piso, calle y tiempo. En el palco, una figura femenina presidiendo el festejo, pertrechada de los pañuelos blanco, verde y naranja. De súbito, en el centro del coso, emergió tu figura enarbolando tu historieta por capote. Del portón de toriles salió embrutecida una fiera astada con el hambre, con la empega de la agresividad y la divisa del miedo y de la soledad de la montaña. Entonces tú, ligando verónicas, chicuelinas, naturales y gaoneras, titubeando a veces, arropado por la gente de Arrels, rendiste a la fiera y el público enmudeció. No hubo aplausos, el silencio era el mayor trofeo y testigo de que te veían y empezaban a comprender que quizás estaban equivocados. Era tu oportunidad de la revancha, tu ocasión para blandir el estoque y el verduguillo e ir sajando aquellos cuellos que tanto daño e indiferencia te habían deparado. Pero no, el mejor puyazo de tu elegancia fue que, empuñando la montera de la maestría y el magisterio, prescindiste del rencor y bruñiste la hidalguía. Tu aspecto ya no era el de baladrón y otras lindezas sino el de Don Quijote tras desgarrar los odres de vino. Montera en mano, girando en redondo, erguido y orgulloso, brindaste al público por un futuro más solidario, porque no se repitan casos como el tuyo y el de tantos, porque las semifusas de la banda de música fuesen la señal de partida de un nuevo mundo más armónico e igualitario.
Al despertar del sueño, todavía en desperezo, imaginé que era yo el alguacilillo que acudía al centro de la arena a darte el abrazo de bienvenida, las dos orejas de todo mi afecto y el rabo de la memoria, pues ya sabes que, como dijo Lledó, “una de la mayores desgracias del ser humano es el olvido, tanto como la muerte”.
Estas son mis sensaciones. Siento si a alguien le han aburrido o molestado. Mi idea es iluminar y no empañar. Tu historieta me ha dejado un sabor nuevo y penetrante entre los miles que tengo archivados. Gracias Miquel.

PARÁBOLA DEL SUICIDA / EPÍLOGO DE ESPERANZA (IV)

          ¡Americanos
es el Poeta! ¡Oh blasfemia!
          Se llama el Iluminado
Patriarcas del país de la libertad,
¡comprad sus versos!
Que nuestros Sumos Sacerdotes
—Nixon, Kissinger—
le conceden la limosna
de los Derechos Humanos.
          ¡Invitadle al Gran Festín de la Paz
con olor a vietnamita chamuscado!
          ¡Llevadle a celebrar en Chile
la parodia de los payasos libertadores!
          ¡Oh americanos! ¡Comprad sus versos
y hacedle callar, que el hacha se impacienta!
                                               ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ
          ¡Un momento!... Yo no vendo.
No escribo. No hablo. Sólo acuso.
Os acuso directamente y a la cara.
          Pues he venido a llorar y verter
mi sangre en vuestros pies de barro.
Sólo pregunto por la ternura
y no vendo traición entre los versos.
Sólo quiero llorar… llorar continuamente
en la sombra de mi brazo adormecido.
Llorar con claridad… llorar con rabia
en el contorno de la ausencia y el sonido.
Llorarle al sol… llorar por mis amigos
que yacen frente al mar y con el agua lloran.
Llorar dentro del pecho… llorar de frente
reflejándome en la arena. Llorar eternamente
con el amor en la cuneta. Mas otra vez
equivoqué el camino. La ternura no
habita en este escenario. Yo reclamo
mi libertad. Mas otra vez
equivoqué el camino.
          Tendré que doblar la luz. Acariciar
                                         las paronomasias.
                                         Anegar las estructuras
                                         Patalear en el silencio
                                         Desencadenar las manos
                                         Besar los labios
                                         Hacerme desangrar
                                         Romper los versos
                                         Mirarlos al revés
y luego preguntarle a Dios
                                         y no me escucha.
                                               ЖЖЖЖЖЖЖЖЖЖ

sábado, 13 de marzo de 2010

LA FRASE

Al palpar la cercanía de la muerte,
vuelves los ojos a tu interior
y no encuentras más que banalidad,
porque los vivos, comparados con los muertos,
resultamos insoportablemente banales.

VEINTE MINUTOS CON MIGUEL DELIBES



No va de semblanza biográfica ni glosa literaria, que tú no necesitabas que te llegase la hora de las alabanzas. Va de que por tu culpa —perdón, gracias a ti—, por morirte, has hecho desfilar por la cabeza mi década vallisoletana que fue mi «década prodigiosa». Hoy, por fin, puedo tutearte —como si ante los muertos perdiésemos el respeto o ganásemos confianza—. Entonces eras Don Miguel.
Hoy llevo la cabeza llena de fotogramas de aquellos tres años (1971-1974) en que todos los domingos te esperaba o me esperabas a la salida de misa de 12 en San Ildefonso para leerte mis poemas de la última semana —mentiría si dijese que para corregirlos o enmendarlos porque siempre me decías «¡ánimo, sigue así, Luis Miguel!»— y ver la expresión que ponías mientras ibas leyendo y la opinión dictada sin una voz más alta que la otra. Tengo la imagen grabada de tu quietud, tu figura erguida a la puerta de la iglesia, con el abrigo loden resbalando sobre el cuerpo como un sauce llorón. No te recuerdo en cazadora o chaqueta propios de otras temporadas, quizá porque en primavera tú estabas cazando y en verano yo estaba en Soria siguiendo con mis poema a lomos de Machado.
Me has resumido diez años de documental en los minutos que ha durado la noticia de que te has ido a cazar ángeles al coto destinado a los hombres sencillos. Las rondas de tapa y vino con tu hija Elisa apegada, que no integrada —parece ser que una chica pudiese resquebrajar nuestra unidad—, en aquella piña insólita de ideología multicolor que polemizábamos a voz en grito por la calle Santiago, pero que no nos despegábamos, que no hablábamos de literatura y soltábamos muchos tacos, que teníamos nombres (Suso, Pancho, Luis, Genaro, Josechu, Javi, Carlos y Adolfo) porque los apellidos —de alcurnia o de medio pelo— no importaban. Y el aperitivo en el Noche y Día, y los chuchos en la panadería de la esquina de Regalado con Teresa Gil, y las chuletadas de finquilla y caminatas por el camino viejo de Simancas.
Como ves no he escrito estas líneas para catalogar o lisonjear, ni para despedirte o caer en el tópico «hasta luego». Sólo son para agradecerte aquellos veinte minutos (que sumaron mucho más de cinco horas) de puñetera añoranza que me estás haciendo pasar este maldito 12 de marzo. Decirte que yo («¡ánimo, sigue así!») he seguido adelante en estos cuarenta años sin vernos. ¿Cómo?... si yo te contase. Así que ahora, Don Miguel, recibe el abrazo que nunca te di.

La columna: LA AMISTAD VISCERAL

Si hay una palabra adulterada en su uso, con tendencia al alza, es «amistad». El tema daría para un voluminoso ensayo pero intentaré someterme a la dictadura del tipómetro. Aunque la amistad es un asunto muy serio y en mi escala de valores la tengo incluso por encima del amor o, al menos, como los ingredientes perfectos para elaborar un buen cóctel.
Todos hemos tenido muchos, muchísimos, multitud de amigos. Pero si nos paramos a pensar realmente en una clasificación de la amistad, las matemáticas reductoras nos conducen al mínimo común múltiplo de tantísima cantidad. Porque la amistad requiere unos atributos de entrega, desinterés y correspondencia que generalmente no se dan y desencajan la ecuación.
Ya desde niños se crean grupos de afinidad y se tienen «amiguitos», quizá con la autenticidad de una edad en la que no cabe la mentira, pero tan efímeros como el jardín de infancia. Descontamos varios, pero iremos sumando.
A lo largo del crecimiento empiezan a florecer, sobre todo en época escolar, los grupos de amigos por conveniencia, diversión o pandillismo. Y en este trigal empiezan a aparecer las «amapolas»: los amigos interesados, que van incrementándose a lo largo de la vida y a los que a menudo desenmascaramos demasiado tarde. Afortunadamente es en esta época de adolescencia/juventud cuando surgen los verdaderos amigos a los que no dejas ni te dejarán colgado nunca. Pero no son esos centenares que se pregonan sino que quedan reducidos a la decena escasa. Seguimos descontando.
Ya inmersos en la vida laboral, en la institución de nueva vida familiar, en el círculo de amigos de mi pareja, los míos, las parejas de los amigos y las reuniones de antiguos alumnos se multiplican las amistades que, generalmente, además, se autocalifican «de toda la vida». Se refiere la expresión, claro está, a conocidos de hace tiempo... pero de amistad, chiribitas. Seguimos descontando —aunque los de interés siguen proliferando, la experiencia nos permite detectarlos con más prevención y acierto—.
Así va pasando el tiempo, engrosando la nómina mientras los tiempos son de calma chicha. Y si no pasa nada, que pasa, te vas de este mundo convencido de haber vivido rodeado de una legión de amigos. Pero, ¡ay si se acaba la calma y llega la tempestad!, si hay un traspié, un quebranto del alma o del bolsillo. Entonces no descontamos, es que se esfuman y evaporan como por ensalmo; los de «toda la vida», los que han alardeado de ser «amigos de…», los de complicidades en jaranas y fieles guardianes de secretos extraconyugales, los que te pidieron un favor invocando la sacrosanta amistad (cuán oídas son las expresiones: «hombre, como eres mi amigo, me harás…», «no me irás a cobrar a mí que soy tu mejor amigo…», «oye, entre amigos, ¿podrías…?»). Por supuesto descampan los de interés y no te asombres cuando estés en el pozo de que hasta los amigos de longeva duración e incondicionales del «si algún día necesitas algo…» te nieguen hasta un plato de sopa, vuelvan la cara al verte y se sonrojen si alguien les recuerda: «¿pero no erais tan amigos?». Descuentas y te das cuenta de que, de súbito, no tienes NINGÚN AMIGO.
Y si no has caído en desgracia da igual, la evolución de los medios de comunicación y los malos espíritus informáticos nos han ido aislando hasta la soledad más absoluta. Aunque, eso sí, han creado la «amistad virtual» en base a redes sociales (¿o sectas sociales?) a las que es casi obligado integrarse, casi imposible abandonar y que tienen la desvergüenza, disfrazada de desparpajo, de invitarte a ser amigo de…, a involucrar en tu vida como amigo a…, garantizándote un edén floreciente de amistades que cuelgan, como trofeos, en la parte lateral de la pantalla de tu ordenador con un numerador del que puedes cacarear cuando vuelves a alguna reunión de «antiguos».Y así encuentras en tu tablero a la cuñada del primo de un conocido tuyo, a un elemento cuya cara ni te suena ni tu nombre te evoca nada, a aquella amante a la que lograste olvidar y ahora te mortifica desde la orla que reza: “Tienes x.xxx amigos. Ver más”. Y tu correo infectado de «fulanito quiere ser tu amigo», pregonando luego en las pantallas, urbi et orbi, que «menganita y zutanito —tú—» ya son amigos. Y tú sin saberlo porque diste, en un mal momento, al «clic» sin querer.
Y ahora es cuando se descubre la amistad visceral, la auténtica, la que mana de alguna entraña y se alimenta de alguna enzima por investigar. La que además muchas veces ni pronuncia la palabra amistad. Se me ocurren dos grupos de ejemplo: entre los indigentes es habitual escuchar «¡yo no tengo amigos!» como imprecación. Pero a la hora de la verdad se comparte el bocadillo, la protección, el acompañamiento. El otro grupo es el de las personas que, sin apenas conocerte, dejan compromisos, sacrifican su propia comodidad y remueven desiertos con tal de facilitarte un oasis o, simplemente, porque disfrutan con tu compañía. Estos son los verdaderos amigos, los «entrañables», los que no te dejarán colgado, los que no te atosigarán si te ven bien y se volcarán (muchas veces a costa de su ruina y salud) si te ven mal. Los que hacen o dan sin pedir nada a cambio y merecen por ello que les demos algo a cambio.
En resumen: coge una mano, quita algún dedo y te saldrá el resultado exacto de tus verdaderos amigos.