sábado, 3 de noviembre de 2007

RELATOS... POEMAS... CUENTOS...005

Catedral de cuento: LA ARAÑA “RAÑA” Y SU TELARAÑA (para que los cuentacuentos lo adapten a su gusto)
Érase una vez... una araña llamada Raña. Desde pequeña había ido construyendo su telaraña en un rincón formado por las piedras del largo muro de ca l'Ardiaca y un contrafuerte que sobresale junto a un poyete en el que descansan los desfallecidos, caminantes y menesterosos, que esperan un poco de pan y un mucho de agua. (No sé si las arañas y su tela pueden sustentarse sobre piedra pero esto es un cuento). XXXLa telaraña era, aunque parezca mentira (ya he dicho que esto es un cuento), de muchos colores. Comenzó tejiendo un hilo de color plata que era el camino para comunicarse con su familia y por el que recibía educación, afecto y consejos; después uno de color verde por el que se deslizaba para reunirse con sus amigas a intercambiar confidencias y compartir los momentos felices y las tristezas; el azul le servía para soñar al dormir y el lila para jugar cuando estaba despierta; también se fabricó uno rojo para recibir remedio cuando enfermaba y, finalmente, uno amarillo por el que se llegaba a la despensa en la que atesoraba el fruto de su trabajo, conseguido mediante una filigrana de hilos más finos y multicolores que completaban la tela pringosa en la que retenía a sus presas; también con sus largas excursiones en las que recogía semillas y briznas de frutos de los árboles a los que, con destreza y paciencia, trepaba y descendía ligando y desligando hilillos ascensores entre los surcos dibujados en las cortezas de corcho. XXXEn definitiva, Raña era trabajadora, simpática, bien avenida con sus vecinas y generosa con sus compañeras. Era, digamos, una araña de clase media alta. Cuando quería, con un simple tirón de los hilos principales, se juntaba con su familia y amigas; cuando dormía, la brisa acunaba su casita y los sueños poblaban sus noches; además, arteramente, convertía aquel entramado en columpios, toboganes y norias con los que llenaba sus momentos de descanso. XXXRaña era feliz. XXXPero (lo malo de los cuentos es que siempre tienen un pero) un mal día, uno de esos días aborrascados zarandeado por el viento –que tanto entristecen a los niños y malhumoran a los mayores--, algo pasó que desbarató en instantes lo que había edificado en años. Minuto tras minuto se fueron tronchando el hilo plata de la familia, el verde de los amigos, el azul de los sueños, el lila de los juegos, el rojo de los remedios y el amarillo del trabajo. Todo se precipitó sobre el poyete de los peregrinos, formando una bola viscosa que envolvió a Raña y la inmovilizó sin piedad. Sintió un enorme cansancio y una terrible tristeza; sin fuerzas y desesperada no hallaba la forma de desenmarañar aquel tinglado que se le había venido encima; Raña sólo pensó en que lo que se le había venido encima era el mundo.
¿Qué había pasado? Puede ser que algún contratiempo le hiciese perder la ilusión y como un castillo de naipes se tambaleó su trabajo y, al verla así, familia y amigas cortaron los bonitos hilos, descuidó su salud, dilapidó su despensa y perdió el control de sí misma.
XXXAl atardecer llovió y se disolvió el ovilllo de araña y tela, liberándola y permitiéndola al menos caminar, tan despacio como triste, arrastrando a duras penas sus patas con la sensación de no encontrar fuerzas para sobrevivir. No tenía qué comer ni dónde dormir ni sabía defenderse, expuesta a que la aplastaran los mismos que había admirado el arco iris y la filigrana de su construcción. A trancas y barrancas, dando tumbos sobre el enlosado del carrer del Bisbe, llegó a la puerta de Santa Lucía y, por un resquicio de sus jambas, entró a la Catedral resguardándose de la lluvia, oyó las campanadas del reloj –que antaño la habían orientado y acompañado--, cayendo exhausta bajo un banco de madera carcomida, sin que esa vez ningún hilo azul iluminase sus sueños. XXXAl amanecer despertó maltrecha, avanzó renqueando a través del claustro sin ánimos para levantar la cabeza y admirar las capillas --en cuyas policromías tanto habías disfrutado-- ni saludar a las ocas como siempre había hecho. Estaba, sencillamente, derrotada. XXXEntró en la nave central pegada a la pared para evitar que las monjitas –afanadas en ornamentar meticulosamente los altares-- la atropellasen; así logró llegar bajo el altar mayor donde conocía una trampilla –de sus correrías juvenies-- que daba a un túnel de los muchos que surcan el subsuelo y comunican los templos de esta zona de la ciudad. Túneles abandonados y semiderruidos por los que a veces no pasaba –menos mal que ella lo era-- más que una araña. Llena de polvo, con sus antaño relucientes patas mugrientas, tardó días en recorrer de la Mercé a Santa María del Mar, de Sant Just i Pastor a San Felipe Neri y de la Basílica del Pi nuevamente a la Catedral. XXXMas la excursión no fue en vano: en el camino había encontrado otras arañas en su misma situación que la habían enseñado a buscar comida, a habilitar rincones para dormir, a defenderse de los intrusos no muy bien intencionados y a compartir los recursos que a Raña le empezaron a parecer riquezas. Asumida la situación comenzó a recuperar alegría y optimismo, empezó a asimilar que lo que había perdido no era tan imprescindible y que la felicidad podía ser muy sencilla. Igualmente pensó que acomodarse en esta nueva vida, sin darle algún contenido, no era bueno.
Decidida a volver al sol lo hizo por la puerta grande; desempolvó su cuerpo, atusó sus peludos apéndices y alzó la cabeza. Había recuperado también el orgullo y podía mirar de frente a quien quisiera.
XXXDe vuelta a su antiguo emplazamiento, aupándose al poyete desnudo, saludó al obispo Irurita y se puso en el empeño de tejer hilo modesto y monocolor. Las arañas de la ciudad la saludaban ayudándola como podían. Así fue creciendo su nueva telaraña, sin pretensiones de grandeza y sí de utilidad. Ya no necesitaba una gran despensa aunque le gustará un hilo amarillo que la guiase; sí le gustaría soñar y tener un hilo azul que la encandilase; sí le gustaría tener un hilo lila con el que reconstruir columpios, toboganes y norias para que las arañitas de los túneles vinieran a jugar con ella; y un hilo verde para hacer nuevas amigas que la aceptasen como era ahora; y uno rojo por si acaso; y el de plata para renovar los lazos familiares. Pero no tenía medios, así que se fue a dormir. XXXEsa noche una luna rasante depositó sus rayos en la tela y le tiñó el hilo de plata. Llovía al amanecer y, al escampar, el sol y el arco iris se conjuraron para pintarle los demás colores. La brisa balanceó la telaraña y Raña soñó que todo se podía conseguir pero con otros fines: en vez de comodidad, entrega. Cuando despertó y vio la telaraña multicolor dio un salto de alegría y de los ojos se le escapó algo húmedo que los hombres llamamos lágrimas. Al fondo sonaba una suave música de órgano, con sabor a celestial, que procedía al unísono de las troneras del Pi y de la Catedral.

1 comentario:

Dani dijo...

Felicidades Miguel! Muy bueno el cuento.