lunes, 31 de diciembre de 2007

EL DEBATE/009

Últimamente he leído varios artículos en que, curiosamente, aparece un fenómeno que creo que todos pensamos en nuestro fuero interno y no nos atrevemos a declarar. Es la visión de la pobreza dependiendo del enfoque, origen o medio en que se produzca la noticia. No pensando en abordar el tema, olvidé archivar todos los comentarios aunque creo que se resumen en sendos extractos de Arturo San Agustín y Joan Barril. El primero alude a la niña de 9 años que, viendo la televisión con su padre, comenta: ¡Mira papá, un pobre catalán, ya era hora! El segundo declara: (...) Los sentimientos de temor o de indiferencia desaparecen cuando hay un filtro que nos los aleja. La música de los auriculares del corredor de fondo o la carrocería de los coches acaba deshumanizando a nuestros congéneres. Son los filtros. Y lo mismo que sucede con el temor se repite con la solidaridad. El pobre que sale por la televisión nos excita a la compasión. Por el contrario, el pobre que duerme en el cajero automático de nuestro banco nos provoca una urgente necesidad de no querer verlo. Vivimos en una sociedad filtrada. En Navidad más (...). El debate sobre la sensibilización ante la pobreza, según el filtro que la depure o prisma que la irradie, está servido. ¿Conmoverse ante el pobre y exótico mendigo bangladesí más que ante el prosaico indigente de Hospitalet? ¿Porque el primero nos pilla más lejos y llorarle nos resulta más rentable emocionalmente sin comprometernos? El debate sobre la hipocresía social y la asepsia de las conciencias está, insisto, servido.

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