miércoles, 14 de octubre de 2009

EL DEBATE

¿TODO EL TIEMPO DEL MUNDO?

Es un hecho —del que hasta ahora no se había hablado o reparado— el trato que reciben las personas en precaria situación (“sin techo”, parados o indigentes de toda índole) en relación con el uso de su tiempo. Existe la extendida sensación —entre aquellos para los que “el tiempo es oro” — de que como no hacen, no producen nada —hay quien sólo entiende la productividad del trabajo como el rendimiento traducido en dinero, cuando también el trabajo puede producir sencillamente satisfacción— , tienen todo el tiempo del mundo; y, ni cortos ni perezosos, los “ocupados” se arrogan el derecho a disponer de ese tiempo a su antojo. Pero este hecho se convierte en lamentable cuando ese uso y disfrute del tiempo ajeno se traduce en plantones, instancias de inmediata presencia, reuniones estériles y disposición al libre albedrío de los medios de comunicación.

Por partes. No es infrecuente que el personajillo con posibles cite a un inope y luego falte reiteradamente al encuentro (caso real: cuatro mañanas, X sufrió pérdidas de 12 horas de su tiempo a la espera de un profesional de prestigio que, para más inri, le debía una cantidad de dinero en concepto de una compra que le había realizado). El ausente debió pensar que “¡total… tiene todo el tiempo del mundo!

El requerimiento de comparecer “de inmediato” en algún lugar, remoto —transporte requerido— o no, suele ser inminente y sin previo aviso: hay que estar en algún sitio para alguna entrevista terapéutica, alguna actividad o intervenir en algún acto. “¡Total, si no tiene nada que hacer y… tiene todo el tiempo del mundo!

Lo de colaborar con los medios supera el listón. Se puede disponer impunemente de una, dos o más jornadas del “no tiempo” del precarista en rodajes, grabaciones o entrevistas —en los que además ejerce de protagonista— con el agravante de que dichas intervenciones no suelen llevar aparejada ninguna compensación porque ¡total, si no tienen nada no deben necesitar nada y, además… tienen todo el tiempo del mundo!

Pues no. Precisamente la víctima de estos abusos temporales es el que menos tiempo tiene. Lo que sí tiene es libertad de disponer de él a su libre albedrío, fijar su ruta, sus horarios y preferencias —por lo visto para envidia de funcionarios y contratados—. ¿Saben que quizá la víctima del plantón podría en ese tiempo realizar tareas que le reporten algún ingreso o simplemente que le sean necesarias para sobrevivir (buscar cobijo, trabajo, pintar, participar en algún taller, labrar la madera, escribir o acudir a otra cita más formal)? ¿Saben que el sufrido convocado “inmediatamente” puede estar realizando alguna labor que, si abandona, le puede crear un quebranto económico? ¿Saben que en el tiempo de participación en algún programa de comunicación el incauto protagonista podría estar procurándose algún ingreso de supervivencia en forma de recogida de chatarra, limosna, beneficencia, ocupaciones intemporales en ayudas de cargas y descargas, engrases de persianas a “la voluntad” o limpieza de cristales a “lo que buenamente pueda”?

¿Saben el tiempo que conlleva la “ruta del bocadillo” consistente en caminar al amanecer alguna hora larga en llegar al sitio donde dan un desayuno —quizá una ducha y cambio de ropa—, volver a caminar y esperar otras dos o tres horas en comer en alguno de los periféricos comedores sociales, emplear la tarde en procurarse algún ingreso para picadura y un café (“se lo gastará en vino, seguro”, dicta el estigma), nueva caminata para cenar (los desechos de algún supermercado o restaurante) y finalizar la jornada con la búsqueda aleatoria de cartones y el oportuno alojamiento —cajero, banco del parque, porche­— para dormir… madrugón tras haber descansado con un ojo abierto ante el temor de agresiones o hurtos… y vuelta a empezar.

El asalariado emplea ocho horas en trabajar, el indigente dieciocho en sobrevivir y seis en ¿descansar?

Así que, señores que citan, convocan y solicitan colaboración para sus estelares espacios de comunicación, piensen que no es cierto que el necesitado dispone de todo el tiempo del mundo sino que más bien, para él, el tiempo es todo un mundo. ¡Ah! y que es un ser humano con el mismo derecho al respeto que cualquier otro. La dignidad no es moneda de cambio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravilloso redactado sobre el uso que hacemos las personas del tiempo. Del tiempo de cada cual. Coincido plenamente con el autor en que, a veces, las personas, nos creemos como poseedores del tiempo (y a menudo del espacio)de todo lo que está a nuestro alrededor, personas o cosas.
Todo y mi asertimiento con el artículo, yo añadiria otra acepción del término "todo el tiempo del mundo":
Es la idea de disponer, como acompañantes, como profesionales, como voluntarios,... del tiempo que sea necesario para estar con la otra persona con tal que por si misma tome sus decisiones, si es que quiere tomarlas.
Es la idea de acompañar a partir de la convicción que cada persona es poseedora de su libertad y está capacitada poder decidir el rumbo de su propia vida. (valorando que dentro del mundo de las incapacidades siempre resta un atisbo de capacitación sobre el cual sostener la dignidad y la persona).
Es, en definitiva, la insistencia en disponer de todo el tiempo del mundo para estar unos con otros, sin prisas, respetando las circunstancias y las situaciones en las que se encuentra cada persona.

Un abrazo,
Miquel Julià
todoeltiempodelmundo@wordpress.com

Joan dijo...

La crisis del periodismo no deja ver la autentica realidad de la
vida de los ciudadanos