martes, 11 de mayo de 2010

OPINIÓN COMPARTIDA

Transeúntes en Pelai

Transcribo la carta de Alba Ruiz de Andrés, aparecida en un diario hace días alusiva a un joven indignete que pide dinero en la calle Pelai con un letrero que debe indicar una necesidad urgente y temporal… que dura eternamente. Suscribo totalmente la carta y añado algún comentario de refuerzo.
“Quisiera explicar a los transeúntes de calle Pelai y alrededores que tanto se indignan al ver al joven que pide dinero (Marc Calderó en su carta "El mendigo de Pelai", 15/ III/ 2010, yJosé Linhard en la carta del 18/ III/ 2010) que, efectivamente, este chico no tiene ninguna posibilidad de cambiar si se le condena de esta forma. A nadie le gustaría encontrarse en esa situación, sea por el motivo que sea. Este "joven desorientado que está en una ciudad desconocida sin dinero ni ayuda" (Calderó) seguirá siéndolo en la medida que nosotros, paseantes que de refilón lo observamos mientras vamos a un destino concreto, no nos dirijamos a él y le mostremos el respeto que todo el mundo merece. Seamos más inteligentes y humildes. Esas críticas resignadas no ayudan, más bien contribuyen a perpetuar nuestra conducta prepotente y ciega hacia el débil.”
iSi algunas de las personas que seguramente ocupan puestos de responsabilidad —siempre hay una responsabilidad en el trabajo— y toman decisiones que seguramente pueden afectar a sus congéneres tuviesen, además de cortedad mental y pobreza de espíritu, un poco de sentido común y humildad entenderían el fenómeno de esos carteles. Porque sí, pueden parecer paradójicos pero son lógicos.
¿No tienen las gitanas siempre cinco churumbeles de la misma edad durante décadas y un marido ingresado en el hosptal con un cáncer terminal desde hace lustros? ¿Y otros mendigos con carteles solicitando una ayuda puntual, para un billete, por ejemplo, que se prolonga semanas y meses y años?
Si la gente dice, como dice Alba, menos prepotente y «lógica» entendería el fenómeno. Puedo afirmar, por haber ayudado a las gitanas a redactar sus carteles, la dificultad que entraña para ellas su elaboración. Al no saber leer ni escribir en su mayor parte, necesitan un «pasante» que lo haga; esos carteles no se actualizan automáticamente como Windows y se deterioran a la velocidad del rayo por la precariedad del soporte o resultar destrozados a manos del algún desaprensivo —a veces uniformado—.Cuántas veces recuerdo, con cariño y respeto, a la Angustias preguntándome: Miguel, ¿qué pone el letrero?; es que me lo han escrito en el estanco y no sé si les he dicho cinco o seis hijos, cáncer o lepra. Esto no me indigna, por falso y redundante que sea, como a los individuos (no señores) Marc Calderó y José Luis Linhard, sino que me conmueve e incluso me permite alguna chanza con ellas y su réplica en forma de carcajada. ¡Qué gratificante! Debe consistir en algo tan simple como tener sangre, no hiel, en las venas.

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