domingo, 25 de abril de 2010



Vaya por delante que Miquel y yo somos amigos desde la infancia. El tenía 62 años y yo 51 cuando nos conocimos, pero estábamos en la infancia de nuestra tercera vida, en la salida del pozo uterino-indigente en que estábamos. Digo esto para que nadie piense que las siguientes líneas van a ser un florilegio de elogios. Es más, esa amistad (que nos permite calificarnos ínter nos de ignorantes y descerebrados —¡entre nosotros, ojo, que nadie más lo intente—) es la que me permite e incluso da derecho a decirle lo que quiera, ya sea elevándole a los altares o poniéndole de «chupa de dómine». Mal amigo sería si le mintiese para alabarle o le denostase para educarle.
Te escribo esto pasada la vorágine natural de presentaciones, entrevistas, firma de ejemplares y una vez que los demás —buenos, mediocres y malos críticos— han agotado sus cartuchos de opinión.
He leído tu historieta (me resisto a llamarla cómic, como me resistiría a llamar tragic o erotic a otras creaciones) y, a pesar de que he seguido su gestación, no esperaba un parto de tal magnitud. Y he de decirte que no me ha parecido genial, ni tan siquiera buena, simplemente me ha parecido Magistral. Magistral, no en el sentido de bonete y borla sino en el cabal sentido de Magisterio como lección y enseñanza. Magistral en la forma, el fondo y la realización.

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