Es de justicia poner a cada uno en su sitio y tú lo has hecho con la Fundación Arrels. No te miento si te digo que lo que te cuento a renglón seguido es un sueño real que tuve después de ver tu obra.
Soñaba con una plaza de toros repleta de público, ese público ávido de verte para lincharte a silbidos y mandobles, esa sociedad que parece desear exterminarnos con todas sus fuerzas. Mas el ruedo estaba vacío. Porque somos invisibles. Mas de repente, por la puerta de cuadrillas comenzaron a aparecer mozos de espadas, areneros, picadores, monosabios, rehileteros y subalternos de barriga delatora. Eran «Arrels», sus asistentes, voluntarios, trabajadores, acompañantes de hospital, piso, calle y tiempo. En el palco, una figura femenina presidiendo el festejo, pertrechada de los pañuelos blanco, verde y naranja. De súbito, en el centro del coso, emergió tu figura enarbolando tu historieta por capote. Del portón de toriles salió embrutecida una fiera astada con el hambre, con la empega de la agresividad y la divisa del miedo y de la soledad de la montaña. Entonces tú, ligando verónicas, chicuelinas, naturales y gaoneras, titubeando a veces, arropado por la gente de Arrels, rendiste a la fiera y el público enmudeció. No hubo aplausos, el silencio era el mayor trofeo y testigo de que te veían y empezaban a comprender que quizás estaban equivocados. Era tu oportunidad de la revancha, tu ocasión para blandir el estoque y el verduguillo e ir sajando aquellos cuellos que tanto daño e indiferencia te habían deparado. Pero no, el mejor puyazo de tu elegancia fue que, empuñando la montera de la maestría y el magisterio, prescindiste del rencor y bruñiste la hidalguía. Tu aspecto ya no era el de baladrón y otras lindezas sino el de Don Quijote tras desgarrar los odres de vino. Montera en mano, girando en redondo, erguido y orgulloso, brindaste al público por un futuro más solidario, porque no se repitan casos como el tuyo y el de tantos, porque las semifusas de la banda de música fuesen la señal de partida de un nuevo mundo más armónico e igualitario.
Al despertar del sueño, todavía en desperezo, imaginé que era yo el alguacilillo que acudía al centro de la arena a darte el abrazo de bienvenida, las dos orejas de todo mi afecto y el rabo de la memoria, pues ya sabes que, como dijo Lledó, “una de la mayores desgracias del ser humano es el olvido, tanto como la muerte”.
Estas son mis sensaciones. Siento si a alguien le han aburrido o molestado. Mi idea es iluminar y no empañar. Tu historieta me ha dejado un sabor nuevo y penetrante entre los miles que tengo archivados. Gracias Miquel.
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