sábado, 22 de septiembre de 2007

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FÁBULA DE LOS CIERVOS Y LA SOCIEDAD
Éranse una vez dos ciervos pobres, muy pobres. Sobrevivían, el uno de la limosna y el otro de la chatarra. Habían descubierto la amistad. Un día encontraron a otro ciervo pobre y solitario y le invitaron a unirse a ellos. Habían descubierto la fraternidad. Y así se fueron sumando otro y otro y otro, cada uno con su variopinta ocupación. Habían descubierto la solidaridad. Un día celebraron una fiesta con sus pobres medios. Habían descubierto la alegría. Hacían planes, casi siempre utópicos pero habían descubierto la ilusión. Iban donde querían, sin horarios ni jefes, parándose a disfrutar del sol y de las estrellas cuando les parecía. Habían descubierto la libertad. Dormían casi todos al raso, algunos en un ciervoalbergue y pocos, los más afortunados, en una ciervopensión. Cada día la tristeza de la soledad les iba abandonando y les invadía una paz que les llenaba de gozo. Habían descubierto la felicidad. ¿Por qué -se preguntaron- ahora que tenemos este saco lleno de valores preciosos no vamos a ofrecérselos a la sociedad? Parece que les faltan algunos, o todos. Así lo hicieron, pero la sociedad les humilló, les despreció, les insultó y les expulsó. Ellos, felices, volvieron a pasar la noche a sus ciervobancos del parque y sus ciervocajeros automáticos. A la mañana siguiente encontraron que la sociedad estaba arrasada y destrozada por el egoísmo, la envidia, la avaricia y el materialismo. La Bolsa de valores económicos se había desplomado y la bolsa de valores morales había pedido asilo en algún limbo remoto. Entonces la sociedad acudió a exigir a los ciervos sus preciosos valores. Y los ciervos les cantaron: “Moraleja: Si no sabes como salir y la vida te hace añicos nuestro consejo has de oir: hazte pobre y serás rico.”

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