No sé si esta vez en vez de columna, debía haber rotulado «El rollo justiciero» —que jalona la geografía de nuestras villas para escarnio y finiquito de maleantes— o «El potro de tortura» que ya se sabe de qué va. Porque hace unos días sufrí ambas condenas sin ser consciente de haber cometido ninguna felonía. Vamos por orden, pues está en juego mi catadura moral y hasta mi presunta buena fama.
XXXLo de «jefa» es una concesión a la galería y su identidad no la desvelo en pro de la protección de datos y mi integridad física. Mi credo de ácrata cordial y practicante me impide reconocer ninguna jefatura, mas si a ella le hace ilusión ejercer de tal, no voy a contrariarla y echo el calificativo al saco de la cordialidad. No sea que sufra un desmayo.
XXXVoy a los hechos que dan título a este artículo —libelo creerán algunos— de que «acabaremos mal». ¿Por qué? Muy sencillo: hace unos días me invitó a comer en cuadrilla —y menos mal que no en descampado—, supongo que con la aviesa intención de ganarme por el estómago lo que sabe que no consigue por la razón. Aprovechando el trajín de viandas, patés, arroces y exquisiteces varias (elaboradas por su sufrido esposo —caso flagrante del abuso de poder de la interfecta—) peroró e intentó convencerme de cuadricular mi método y disciplina en el oficio de escribir. Baldío fue alegar en mi descargo el concurso de las musas, lo ácrono de la inspiración, el placer de plasmar bien el numen… nada de esto la disuadió en su tenaz empeño. Tal fue la andanada de argumentos prácticos, vericuetos filosóficos, citas literarias y adagios populares que me turbó la mente —cosa no muy difícil, he de admitir— hasta el punto de que mi vena de rebeldía pugnaba con estallar y nublarme la razón. Para más inri se había reforzado con la inexplicable complicidad de un pintamonas (genial, todo hay que decirlo) que, colega mío de efluvios artísticos y penurias vitales, se pasó en esta ocasión al bando enemigo. En aquel momento se me presentó como el vívido retrato de Judas Iscariote desmelenado.
XXXAgotado, cautivo, emboscado en un rincón del comedero, mi mente tuvo que sucumbir y sucumbió, acabando por suscribir pactos de regularización de entregas, ajuste de los temarios a la demanda de los lectores; rentabilidad, en suma, frente a mi romántica idea de lo que debe ser la bohemia del creativo. Comprendan que tal rendición me dejó el regusto de haber firmado un pacto con una legión entera de diablos o mi sentencia de muerte previa lenta agonía.
XXX¿Y si mi subconsciente me traiciona y se subleva? ¿Estaré condenado a las calderas de la jefa Botero, a que su ira produzca una lenta desintegración de mi espíritu? En definitiva, a que acabemos mal.
XXXComo los vencedores, eso dicen a veces, son magnánimos, salvé al menos un compromiso de que ellos aportarán ideas y sugerencias —que han sido siempre mi fuente de inspiración— para lubrificar mi agobio y evitar la saturación de la limitada densidad de mis neuronas. Vencido pero no humillado. Condescendiente en establecer un ritmo a la escritura, pero confundido con un procesador de textos, ¡jamás! Incluso al final de la contienda logré provocarla el desmayo.
XXXPero un compromiso es un compromiso y en eso sí soy tan terco como cumplidor. Así que lo intentaré procurando conciliar sus “exigencias” con la integridad de mis ideas. Difícil ser leal a unas sin ser traidor a las otras. Servir a Dios y al diablo está mal visto.
XXXLo malo —¿o bueno?— es que, ahora, replegado el combate, asumido el órdago, digerido el ágape y vuelto a mis soledades (a las que voy y vengo como el poeta), repuesta ella del desvanecimiento —ni eso me sale bien—, tengo que reconocer que para escarnio de mi ego, socava de los cimientos de mis almenas aéreas y merma de mi impulsividad, reconstruido el puzle de mi cabeza y aunando razón y sentimiento, tengo que reconocer que… ella tenía razón.
XXXY es que, parafraseando a Machado, si «un corazón solitario no es un corazón», «una razón solitaria no es la razón».
1 comentario:
A pesar de todo sé que me quieres. "La jefa"
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