Me he permitido la licencia de hacer un resumen del librito-guía de Joan Carles Girbés sobre la estimulación de la lectura en los niños. Al hacerlo no he podido evitar añadir comentarios o ideas propias, por lo que el resultado no es un fiel extracto del original. Espero que el autor me perdone, pero si recomiendo la lectura íntegra del libro. Cara a incluirla en el blog me ha parecido más práctico condensarlo (Miguel Virto)
PARA CREAR LECTORES
Joan Carles Girbés (Carcaixent, 1974)
Director de la revista L´illa
Los primeros indicados para conseguir que los hijos adquieran el hábito de la lectura son los padres. Y es que para engancharse a los libros y papeles impresos no hay nada mejor que verlos y tocarlos en casa desde la más tierna edad. El hecho de leer deriva en un hábito familiar desde la cotidianidad.
¿Por qué queremos “crear lectores”?
El fin de esta guía es fomentar la lectura, hacer lector a otro, ya sea la hija, una sobrina o un niño del vecindario.
¿Nosotros mismos somos lectores?. Es una pregunta a resolver. Mal asunto si no se predica con el ejemplo: “La madre no lee nunca, pero tú si deberías hacerlo.” Primer asalto nulo.
Un libro no es un objeto sagrado ni de culto
Un libro no sirve sólo para ser leído, para “viajar a otros mundos”, como se suele decir. También puede servir para contemplar, para entretenernos –y aprender- con los dibujos, para provocar el diálogo con los hijos, para aprender a querer, para enamorar (¡cuánta prosa y poesía son culpables de tantos amores!). Los libros han de ser compañeros de juegos habituales.
La lectura crítica
Nos permite descifrar un texto o un documento y comprenderlo correctamente, analizarlo, fijar el contexto, relacionarlo y valorarlo. Los lectores críticos hacen más preguntas, son difíciles de manipular, fundamentan sus opiniones, seleccionan sus canales de información y mantienen puntos de vista propios. ¡Cuántos valores que tantos quebraderos de cabeza traen a padres y educadores se resuelven con cuatro líneas bien dispuestas!
Excusas
No tengo tiempo. No lee quien puede sino quien quiere. De acuerdo que hay momentos o días en que, derrotados, preferimos dejarnos llevar y apalancarnos con la televisión; es decir, igualmente acumular ojeras, restar horas al descanso y... justificar la desgana de leer. Hay que empezar por convencerse de que leer es ganar tiempo a la vida. No nos planteemos si tenemos tiempo o no. Simplemente se encuentra. Sin forzar la máquina, sin obligarse.
Leer es caro. Leer es amortizable en el tiempo y en la salud. A malas, hay bibliotecas, librerías “de viejo”, iniciativas recientes de abandono de libros para ser intercambiados (en el hueco de un árbol, por ejemplo) y siempre queda el recurso de pedirlos prestados a los amigos. ¡Sin olvidar devolverlos!... (aunque esta es una regla más difícil de cumplir que aprender a leer).
Leer es un rollo. Como imposible afirmar que “no me gusta leer”. ¡Si no lo has probado!. ¿No decías que no te gustaban los mazapanes, las ostras y la vecina de enfrente? Es casi seguro que si pruebas, te enganchas.
Los beneficios
Para crear lectores hay una premisa fundamental: no obligar a leer. No chantajear: “si leyeses más, traerías mejores notas” y no establecer comparaciones odiosas: “fulanito es más inteligente porque lee” (frase que dice muy poco a favor de la inteligencia del que la pronuncia).
Es obvio que quien no lee por placer, difícilmente lo hará por obligación y esta es una de las causas del fracaso escolar. La lectura mejora el conocimiento y el uso, no sólo del vocabulario, sino también de las reglas de ortografía y gramaticales con el consiguiente beneficio a la hora de expresarse de palabra o por escrito. Por lo general, los niños lectores muestran una mayor disposición a atender, se concentran más y aumentan la capacidad de retener y memorizar.
Leer también nos hace más receptivos a las opiniones de los otros –y por lo tanto más tolerantes-; facilita la expresión de ideas y sentimientos, nos da más seguridad con aumento de la autoestima y nos hace más cultos. (Un inciso: olvidemos de una vez asociar cultura e inteligencia y ambas con triunfo. Hay personas que triunfan en la vida sin haber leído una línea). Como afirma Humberto Eco: “No hemos de leer para tener éxito, sino para vivir más”. Y no olvidar, ahora no recuerdo quien lo dijo, que “la muerte natural de un escritor o artista español es, necesariamente, por hambre”. Pero con esto no pretendo desanimar a nadie si en el otro lado de la balanza ponemos que las buenas lecturas alimentan los contenidos de nuestro pensamiento y nuestras conversaciones, facilitan el desarrollo de la fantasía y de la creatividad. Y en la sociedad actual pocas virtudes se valoran más que la creatividad. En definitiva: Más libros, más libres.
El lector no nace, se hace
En casa, los niños aprenden constantemente conceptos y adquieren hábitos por repetición o por imitación. Ninguno nace siendo lector, pero tampoco nadie nace NO siendo lector, ¿eh?
Despertar la lectura reduce el riesgo de crear analfabetos funcionales, es decir, niños y adultos que han aprendido los fundamentos de la lectura pero no entienden lo que leen. Un comentario, una recomendación entusiasta y sincera desde el apasionamiento pueden hacer más por fomentar al lector que semanas de lecciones teóricas. Hay casos de voraces lectores que han crecido en familias poco o nada lectoras; no es preciso tener muchos estudios ni ser un erudito para fomentar la lectura.
Que nos vean leyendo
Emili Teixidor afirma: “Contagiar el deseo de leer... (...) sin imposiciones, por simple contacto, imitación o seducción... El contagio/contacto más eficaz es el mejor ejemplo.”
El libro no está de adorno
Los libros no son piezas de museo, han de convertirse en elementos normales en casa. Es nefasta la manía de tenerlos fuera del alcance o encerrados para evitar que se deterioren. Al contrario, hay estrategias sencillas para convertir el libro en un elemento más del hogar y en una entación: “olvidarlos” en la cocina, en la mesilla, en la mesa del comedor, cerca de la televisión y en el baño (¡qué mejor lugar de reflexión y relax!).
Hablar del libro
Los libros han de aparecer con normalidad en nuestras conversaciones. Preguntar al hijo o al amigo qué le parece tal o cual personaje, tal o cual situación, fomentar la concordancia o la discrepancia (hay que tener claro que los libros se pueden criticar), estimular y apreciar el criterio del otro (que lo hagan con nosotros también nos estimula). No sacralizar el libro, no pensemos que todo lo que se publica es maravilloso solamente porque tiene forma de libro. En resumen, comentar, comentar y comentar... no interrogar o inquirir.
Fomentar la escritura es también una buena técnica: de acuerdo que no todos los lectores escriben, pero, ¿conocéis algún buen escritor que no haya sido un gran lector?
Muy importante es hacer un seguimiento... discreto, del proceso. La adolescencia es el momento más crítico. Se puede haber sido un lector voraz y tener fases, años incluso, de inactividad lectora... y de no montar en bicicleta. Cuando se vuelve a arrancar no hay que aprender... ya se sabía.
Cómo conseguir que se odien los libros
Desgraciadamente es muy fácil: sólo hay que empezar por regalar al niño el libro que le han aconsejado en la escuela, corregirles sin respiro los errores de lectura (sobre todo cuando empiezan), obligar a leer (el verbo leer no admite imperativo), pedirles que lean a cambio de dinero, premios o regalos. Si obligásemos a un niño a comerse un caramelo, lo haría encantado; si se lo prohibiésemos, aumentaría el deseo. Pero la lectura no siempre se ve como un caramelo (aunque dar un cierto aire de “prohibido” a un libro puede picar la curiosidad por puro desarrollo del instinto de llevar la contraria).
Castigarlos sin tele, consola o internet son órdenes ideales para que los niños odien los libros.
Menospreciar los gustos del lector es también un buen sistema de fomentar ese odio. Hay que tener en cuenta que aquella novela tan extraordinaria que marcó nuestra infancia puede resultar aburridísima para el otro. Daniel Penca nos habla de los derechos de los lectores: 1.- Derecho a no leer algún día; 2.- Derecho a saltarse páginas; y 3.- Derecho a no acabar el libro.
Si añadimos un estricto control sobre lo que leen, la labor de aversión estará completa. Y si machacamos sobre los beneficios de la lectura ponemos la guinda al pastel.
Estar siempre leyendo, ¿es bueno?
¿Qué si es bueno? Es extraordinario. ¡que suerte!. No hay nadie diagnosticado de ceguera por leer. Por más horas que se pasen delante de los libros, siempre diferenciarán entre los mundos de ficción y la realidad.
¿Cómo elegir?
Encontrar un librero de cabecera con quien establecer confianza nos asegura buenas lecturas para toda la vida. Las reseñas más elogiosas o los más prestigiados premios no garantizan el entusiasmo por un libro concreto. Examinemos bien los textos de las cubiertas y hojeemos el interior para ver si, en principio, se adapta a los intereses y la madurez literaria del destinatario.
Las edades del libro
De los 6 a los 8 años. Es la edad de los porqués. No perdamos la oportunidad de buscarles las respuestas en los libros.
De los 9 a los 12 años. Es la edad en que se forman los lectores del futuro. Ya conocen las técnicas de la lectura y o se fijan tanto en el significado de cada palabra.
De los 13 años en adelante. Es la edad en que todo es susceptible de cambiar de la noche al día. La competencia con los medios audiovisuales es cada vez más feroz. Por eso es el momento de redoblar el esfuerzo de animación lectora.
Más allá de los libros
Es más que interesante estar familiarizado con la lectura de diarios y revistas donde encontramos información, columnas de opinión, entrevistas y publicidad que muestran estilos y niveles de lengua diferentes.
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