No te te escucha y te llamas
Pecador. El Iluminado.
¡Cardenales y arzobispos,
clérigos, monjes, beatos,
descubrid las catedrales
y enseñadle a nuestro dios de piedra!
El nuestro calla y escucha
y siempre nos ofrece un cielo
brillante. Se lo ordenamos
y para que no rechsite
clavado está de un madero.
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Mas o es ese mi Dios.
El mío llora y lucha. Maldice
a los mercaderes del Templo. Ama
al niño, al perseguido y a la prostituta.
Está latiendo
en sones metálicos que imantan mi soledad.
Es mi agonía. Es no saber
cuándo el abismo de ardores se termina
y empieza el gris del muerto con que vivo..
Es no saber de mi muerte. No le suplico
respuestas al porqué de mi tristeza.
Es horizonte y fe. Hermano que respira
al fondo de mis manos. Mas su garganta
permanece a mis oídos muda.
—Y me siento solo, Señor, en las vidrieras
de aislamiento—.
Mi Dios es el poeta
y su legión de versos en pie de guerra
que vuestro oído frágil atormenta.
—Y yo solo. Todo entero y de una pieza
giro el mundo. Tú nunca. Nos contemplas
chocar contra la duda y volver al mismo rito.
Nuestros arañazos, Señor, no han alcanzado
tu rostro. Sólo eres el son metálico
que palpita como un eco. Pero te siento cerca.
Abismo y llaga.
Haciéndome
Señor
daño en el alma.
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